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    Autor: SURIANO, Juan
    Título: Anarquistas. Cultura y política libertaria
    en Buenos Aires
    1890-1910
    Editorial: Cuadernos Argentinos Manantial. Buenos Aires, 2001.
    ISBN: 978-987-500-069-8

    La tapa es intimidante. Una versión coloreada de un almanaque de La Questione Sociale (1898) muestra a un trabajador recostado sobre escombros, posiblemente provenientes de una mina, sumergido en un sueño profundo, agotado de trabajar. Aunque la posición de los brazos y el prolijo desplanchado de la camisa indican cierta altiva elegancia de “trabajador”, tal como aparece escrito, las pantorrillas, abiertas en tijera, determinan el agobio. El almanaque captura la nobleza de quien “gana el pan con el sudor de su frente”, el cansancio del trabajo que valoriza al hombre, la nobleza de quien se entrega heroicamente al yugo. En contrapunto, casi en tenebroso rebote de contradicciones, aparece una figura monstruosa, entre dragón y vampiro, donde las palabras “capitalismo” escritas en su lomo, “falso patriotismo”, en el ala que cubre el cuerpo del obrero, o “hipocresía religiosa” en la otra ala que se eleva a los cielos, direccionan la interpretación de la obra de arte. La nominalización de los personajes del dibujo ordena el sentido hacia lo político con eficacia propedéutica. La imagen se potencia a partir de los colores: rojo y negro para la bestia capitalista, blanco inmaculado, pureza sin hollín, para el explotado. Por último los ojos abiertos del bicho contrastan con el sueño profundo del obrero cargando la imagen de connotaciones místicas.

    Me demoro en la descripción de la tapa porque es el avance más preciso de lo que trata la obra: la protesta como escuela. Los líderes anarquistas se fijaron un objetivo preciso: enseñar a pensar la relación obrero-patrón. El germen fundante de este breve movimiento político (duro 20 años desde su consolidación hasta su desaparición definitiva), consistió en explicar a las masas proletarias, poco letradas, imposibilitadas de escalar socialmente o marginadas intelectualmente, como relacionarse con el poder. Al resaltar la diferencia se gestaba el reclamo: hacerse presentes. Los antagonismos y las bifurcaciones de la protesta fueron mellando al anarquismo como movimiento, pero su valor radical consistió en que por primera vez una ideología nominalizaba las disconformidades.

    El libro de Suriano nos habla de un movimiento político olvidado, que sin embargo ha teñido, a lo largo de los años, a todos los otros movimientos obreros del siglo XX. La brevedad de su existencia hizo que en sólo 20 años experimentara su comienzo, su apogeo y su desaparición diluido en otras fuerzas políticas. La incandescencia del peronismo durante el siglo XX eclipsó a otros partidos menores que se perdieron en las arenas de la historiografía o pasaron por ella más como anécdota que como material de estudio. Algunos vivieron épocas de sombras hasta que fueron remozados. Caso elocuente es el de la UCR cuya historia, con el advenimiento de la democracia luego del último proceso militar, volvió a reflotarse. Pero otros, como el socialismo y el comunismo, pasaron a ser objeto de estudio para un acotado grupo de intelectuales revisionistas. El anarquismo se convirtió en sinónimo de desborde, de lucha sin objetivo claro, una etapa de inmadurez política en la que se estaban gestando cuestiones “más importantes”. Se lo vio como una antesala ideológica del orden que llegó después.

    Suriano rescata la fuerte presencia propedéutica de este movimiento político constituido básicamente por las ideas que inmigrantes italianos y españoles traían en su desarraigo, amén de su miseria, sus anhelos y su familia. Con el aluvión inmigratorio, hombres escapados de Europa por sus ideas políticas, intelectuales románticos e incomprendidos, lectores desordenados de Bakunim y otros pensadores, hicieron brotar su siembra de rebeldes en el páramo ideológico que era la Argentina.

    Las ideas libertarias del anarquismo, dispersadas en estas tierras por Enrique Malatesta y Pedro Gori, estaban orientadas a estimular un adoctrinamiento integral del obrero. No solamente marcar las pautas que el trabajador debía seguir en la protesta, sino que esas bases llegaran a su familia y se transmitieran a sus hijos. Por primera vez se bregaba por la permanencia de un ideario político. Cientos de diarios y revistas, folletos y libros, charlas, proclamas y conferencias intentaban hacer del trabajador, el perseguido como simbólicamente se llamaba un diario que salió desde 1890 a 1897, “la figura del militante integral, siempre dispuesto a efectuar cualquier tipo de actividad, comprometido en todos los niveles de la vida, anteponiendo la causa revolucionaria a otros aspectos de su vida privada “(textual de Suriano). Hacer del fanatismo político un ideal de pertenencia. La idea era que para ser libre había que pertenecer al anarquismo. Muchos escritores argentinos apoyaron este movimiento. Florencio Sánchez y Alberto Ghiraldo fueron algunos autores cuyas obras relatan descarnadamente lo que vivían los inmigrantes. Mateo Booz, amigo personal de Sánchez, recupera esta faceta del dramaturgo quien anteponía la descripción de las condiciones de vulnerabilidad en la que se encontraban los obreros, a la profundidad de sus historias.

    A modo de colofón vale decir que, si bien los focos del anarquismo fueron las grandes ciudades. Buenos Aires como capital del país, pero también Rosario con la fuerte expansión que vivió durante los primeros años del siglo XX, hubo resonancias en el interior. Vale nombrar a titulo ilustrativo la protesta de los colonos en 1893, recordada como “el alzamiento de Humboldt” donde un grupo de campesinos se levantó contra las autoridades provinciales ante el abrumador aumento de los impuestos.


    Miguel Ángel Gavilán




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